Hermanitas de los Pobres

“Estoy en un trozo de cielo”, así valoran la residencia gestionada por las Hermanitas de los Pobres en Bilbao

hermanitas-de-los-pobres«Estamos en la gloria con todos los mimos que nos dan», dice Conchita, una de las 90 personas mayores sin recursos o con pensiones bajas que residen, gracias a las donaciones, bajo el auspicio de las Hermanitas de los Pobres en Bilbao.

«Estoy en un trocillo de cielo”, sentencia Jesús Lizaso a las puertas de la residencia de las Hermanitas de los Pobres en Bilbao. Pero no entra en más detalles porque una cosa son las metáforas celestiales y otra que, a punto de cumplir los 95 años, sigue con los pies en la tierra y ya va siendo la hora de comer. Con este anciano de Zornotza son 90 las personas mayores sin recursos o con pensiones bajas que conviven en este centro, cuya despensa contribuye a llenar, entre otros, Mercadona, que ha empezado a donarles productos básicos esta misma semana.

Jesús ya ha enfilado las escaleras camino del comedor, pero Nieves Ruiz, de 79 años, y su marido, José Antonio Echeverría, de 77, hacen tiempo en los aledaños de la residencia, ubicada en el barrio de Atxuri. Hace año y medio que el matrimonio, con problemas de salud, dejó su “pisito” en Santutxu. Nieves, asmática, no tardó en ver las ventajas. “Tener jardín y poder andar sin cuestas es una maravilla. Además, sales al pasillo o bajas al comedor y tienes más gente para hablar. Este salía más porque puede caminar, pero para mí ha sido…”. Y ahí lo deja. Su sonrisa termina la frase por ella.

Su marido ahora está “feliz”, pero la mudanza no fue fácil. “Al principio es un poquito duro. Los dos primeros meses me costaron: el estar encerrado yo solo en la habitación, los nervios… Pero se pasaron y ahora estamos muy contentos”, asegura. “Mejor que en casa”, apuntala Nieves, que después de cocinar cuarenta y pico años agradece como nadie la mesa puesta. “La comida es estupenda. Los festivos tenemos pastel. Comemos sopa, cocido, puré o macarrones, ensalada, fruta, la bebida que quieras… No puedes pedir más”, dice, sin entender cómo hay quien se queja. “Dios mío, ¿por qué protestarán? Cualquiera puede tener un mal día en la cocina, pero los ingredientes son buenísimos”.

Nieves y su marido, unos chavales, teniendo en cuenta que la media de edad ronda los 90, lejos de quedarse de brazos cruzados, aportan su granito de arena. “Echamos una mano a las hermanitas. Yo doblo ropa, este les afila los cuchillos y las tijeras… También hace cachavas”, comenta. Roces, dicen, hay “como en todas las familias”, aunque pocos. “Hay algunos que somos menos simpáticos que otros, pero bueno”, reconoce con sorna José Antonio.

La pareja comparte mantel con Conchita Ormaetxe, “para servirle a Dios y a usted, como decíamos de niños”. Camino de los 93 años, muestra un desparpajo envidiable. Antes de dar buena cuenta de un plato de lomo con pimientos, confirma que están “en el cielo”. “Ya no nos falta más que tocarlo un poquito. Estamos en la gloria con todos los mimos que nos dan, demasiado bien. Te hacen felices del todo”, asegura. Pero mirando la risueña cara de la madre superiora, Sor Catalina, uno no sabe quién hace más feliz a quién. “Esto es una gran familia. Una vez que entran en casa, no se les abren solo los brazos, sino sobre todo el corazón, porque lo que más necesitan las personas es afecto”, sostiene esta religiosa, que va repartiendo cariño por los pasillos. “Hola, Mercedes, ¿ya está mejor?”, le pregunta a una anciana, al tiempo que le acaricia la cara. “Ay, doña Nieves, vamos a bailar”, bromea con otra que camina a pasitos, ayudada por una auxiliar.

También a Porfirio Yugueros, un voluntario octogenario, servir a los veteranos comensales le debe resultar gratificante. No en vano lleva haciéndolo desde que se jubiló, hace ya 26 años. “Tengo una hija, que es hermanita, y a raíz de aquello fue cuando empecé a venir. Ahora está de misionera en América”, señala.

Carrito para atrás y para adelante, Porfirio se afana en repartir la comida y recoger los platos. “Esto es mejor que un hotel de cinco estrellas. El que entra aquí, como que le toca la lotería”, afirma con conocimiento de causa. De hecho, él mismo estuvo a punto de instalarse junto con su mujer en la residencia el año pasado. “Estábamos en el pueblo, nos pusimos malos y nos vinimos para aquí con esa intención, pero luego pensamos: Vamos a esperar un poco más, a ver si aguantamos”, relata. Bajo el auspicio de las Hermanitas de los Pobres, suscribe, “se come muy bien, mejor que en casa, porque aquí todos los días hay comida diferente, no se repite”.

“NO TIENE A NADIE EN EL MUNDO”

Mientras dos empleadas limpian pescado procedente del Banco de Alimentos, y una cocinera termina de freír unas tajadas donadas por la cadena de supermercados, Sor Catalina le pone enseguida a uno al día a golpe de cifras. La congregación lleva manos a la obra en Bilbao desde 1879, aunque “la casa vieja se tiró al cumplir cien años y se hizo la nueva en el mismo solar”. Actualmente viven en ella 13 hermanas, que cuentan con la ayuda de medio centenar de voluntarios y 40 empleados, entre los cuales figuran “veladores de noche, enfermeras y auxiliares de clínica, porque tenemos muchos inválidos”. Por eso no ocupan las 100 plazas de que disponen, porque “no podemos con todo”. De los 90 residentes, la más mayor tiene 105 años, tras la muerte de un usuario que llegó a cumplir los 106.

Para hacerse con una parcelita en este remanso de paz, se exige, como condición indispensable, “ser anciano y ser pobre”. Y quien dice “pobre”, aclara Sor Catalina, dice personas mayores “sin recursos o con pensiones mínimas, que no tengan los medios necesarios para una vida digna, ni para valerse por sí mismos, ni para ir a una residencia de pago”. A veces los residentes llegan a través de un sacerdote o un asistente social, como “una mujercita” que recibieron hace unos días y que “no tiene absolutamente a nadie en el mundo”. “Murió la señora a la que servía, se quedó en la calle y la acogió una amiga, que ya tiene 85 años. Se puso enferma y la hemos recogido”, detalla esta religiosa, tras subrayar que siempre comprueban que estas personas están realmente necesitadas.

Aunque alguno de los usuarios apenas cobra 323 euros de pensión, la gran mayoría reciben 636 euros, que aportan para contribuir a costear su estancia, salvo el 15% que se quedan para sus gastos. “Con el 85% restante no llegamos a cubrir ni la tercera parte del gasto porque, además de la alimentación, hay que contar con el gas, la luz, el agua, los ascensores, las reparaciones y, sobre todo, los empleados”, enumera Sor Catalina. A todas esas facturas hacen frente gracias a “la divina providencia”; es decir, a los donativos que reciben, ya que no cuentan con “ayudas fijas” por parte de las instituciones ni tienen “camas concertadas”.

Con libertad para entrar y salir de la residencia, que cierra sus puertas a las diez de la noche, los mayores reciben “una atención integral: física, de alimentación, sanitaria, de higiene, espiritual… También psicológica porque van perdiendo memoria, van encontrándose cada vez más solos al morir la familia y necesitan la escucha, el respeto, la amistad. Todo lo que requiere la dignidad de la persona”, remarca. A excepción de “algún cascarrabias”, reina la cordialidad. Buen ejemplo de ello es el grupo de residentes que, bajo un letrero con las iniciales F.A.I., Fuertes, Amables e Invencibles, y un póster del Athletic, “que no puede faltar”, se reúnen en el denominado “laboratorio” para pelar patatas, peras, manzanas… Otros se ocupan de la puerta, hacen recados, marquetería, ganchillo, ven las noticias o la telenovela, pasean por el jardín o confeccionan bonitas muñecas de tela, como doña Pilar. “A los que tenían su pisito, con sus cositas y recuerditos, les cuesta más, pero al que está necesitado… No hace mucho acogimos a un anciano que cobraba 323 euros y pagaba por una habitación 300. ¿Y cómo comía usted?, le digo. Esperaba a que los supermercados echaran al contenedor… A ese no le ha costado nada acostumbrarse. Como él dice: He pasado del purgatorio al cielo”.

Fuente: deia.com