Las residencias son para vivir

  • El Consorci d’Acció Social de Catalunya implanta el nuevo modelo de atención en 13 centros
  •  La persona que va a una residencia debe poder decidir a qué hora levantarse o si quiere llevar chándal

ConsorciCuando en la residencia para gente mayor de Sant Hilari Sacalm (La Selva) preguntaron a sus 30 usuarios si querían ponerse los habituales baberos blancos para comer, sólo dos los aceptaron y el resto prefirió la servilleta de tela, aún a riesgo de mancharse. Para los cuidadores era más cómodo el uso del babero y más fácil de limpiar. También facilita su tarea que el anciano se vista con chándal, una prenda que la mayoría nunca usó antes de entrar en una residencia. Pero si les dejan elegir seguro que lo rechazarán. Y esta es una de las revoluciones que poco a poco se introducen en los servicios de cuidado de la gente mayor: quien decide es la persona atendida o, en su defecto, sus familiares.

La mayoría de ancianos no acoge de buen agrado la decisión de su familia de que ingrese en una residencia. ¿Cuál es la causa? Tienen la percepción de que perderán su autonomía, de que ya no podrán levantarse a la hora que quieran, tendrán que compartir habitación, no podrán ver su programa de televisión favorito ni leer a la hora que les plazca, o simplemente no podrán comprar esas galletas que siempre les han gustado. «Hay que cambiar esa percepción, las residencias son para vivir, no para morir», explica Estanis Vayreda, gerente del Consorci d’Acció Social de Catalunya, entidad pública creada hace cinco años por ayuntamientos y consejos comarcales. Gestiona 30 servicios, atiende a más de 2.700 personas y están implantando un nuevo modelo de atención basado en la idea del «Tú decides». Es el usuario el que al entrar en un centro explica sus preferencias e intereses, para mantener los mismos hábitos, o casi, que tenía en su casa.

Elisenda Serra, que coordina la implantación del modelo en la residencia de Sant Hilari, en el centro de día Les Bernardes, de Salt, y en once centros de servicios de ámbito rural, explica que cada usuario dispone de un «plan de atención y de vida», que puede llegar a ser un documento de diez páginas donde se explica quién es, se describe qué le gusta hacer, las actividades que más le interesan, y se actualiza permanentemente. La persona tiene además un profesional de referencia que le acompañará. «En Sant Hilari, al ser una residencia que ya existía, la mayoría de las habitaciones son compartidas, pero procuramos que cada persona pueda tener objetos personales, algún cuadro para decorar, incluso el sillón o la mesita de noche que tenía en su casa. Otra característica es que existe un horario flexible para levantarse, entre 7 y 10 de la mañana. Con excepciones, también es posible desayunar en la habitación y las actividades se deciden en reuniones con ellos. Al principio todo les iba bien, pero ahora en las asambleas ya empiezan a pronunciarse».

El objetivo es mantener el máximo de autonomía. Allí donde es posible se permite tener un pequeño huerto, se facilita que puedan salir a comprar, con ayuda de voluntarios, y si les gusta maquillarse que puedan hacerlo. «No es fácil implantar esa filosofía en centros que ya existen -dice Elisenda Serra-; implica cambios de organización y de horarios e, inicialmente, requiere un trabajo de preparación y muchas reuniones, pero económicamente no resulta caro».

Pepita Camprubí tiene 90 años y desde que abrió el Centre de Serveis de Santa Maria d’Oló (Bages) acude cada mañana. A las siete de la tarde regresa a casa donde vive con su sobrina, y pasa las noches y los fines de semana. «Este centro es una riqueza para el pueblo, está muy bien. Hacemos muchos juegos, gimnasia y otras actividades; la comida está bastante bien y las chicas valen un imperio. ¡Madre de dios!, aquí nos conocemos todos y disfruto mucho».

Es el resumen que hace esta mujer de un servicio creado hace tres años en un pueblo de poco más de mil habitantes. La directora del centro, Vanessa Pallàs, valora positivamente que sea un centro pequeño (ahora son sólo 18 usuarios). «En los macrocentros -dice- la atención individualizada es más complicada, las decisiones las tomamos con ellos y si algo no funciona se cambia. Intentamos darles la oportunidad de envejecer de otra manera».

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