Dentro de 10 años, el 25% de la población de Barcelona habrá superado la edad de jubilación
Dentro de diez años, la población mayor de 65 años en la capital catalana podría doblar la de menores de 15.
En los años de la transición, en aquellos primeros ochenta en los que Barcelona comenzaba a esbozar una nueva ciudad con aspiraciones de borrar algún día las marcas de un crecimiento desordenado y de un desafortunado urbanismo, los territorios de lo que hoy conocemos como Nou Barris constituían la principal reserva de población joven de una metrópoli que había crecido a golpe de oleadas migratorias. Hoy, treinta años después, barrios como Montbau (en Horta-Guinardó) o la Guineueta (Nou Barris) –con un 32% y un 29%, respectivamente, de vecinos mayores de 65 años– son el reflejo de una Barcelona envejecida y la avanzadilla de un fenómeno que amenaza seriamente la sostenibilidad de una ciudad en la que, dentro de apenas diez años, prácticamente uno de cada cuatro habitantes habrá superado la edad de jubilación y en la que la población de esta edad casi doblará la infantil (niños y niñas de hasta 15 años).
A partir de los registros históricos del Institut Català d’Estadística y del Ayuntamiento de Barcelona, La Vanguardia ha comparado tres fotografías de la evolución demográfica de la capital catalana. La primera se remonta al censo de 1981, momento en el que la población de la ciudad reflejaba la fuerte aportación de la inmigración española de las tres décadas anteriores y los primeros síntomas de una fuerte caída de la natalidad.
La segunda corresponde a la actualidad: una ciudad globalizada que, especialmente en la década precedente, ha visto cómo la llegada de decenas de miles de personas de todos los rincones del planeta ha frenado la pérdida de la población a la que se veía abocada como consecuencia de un crecimiento vegetativo nulo –o incluso negativo– y de un proceso de expulsión de jóvenes muy vinculado a una mayor carestía de la vida, sobre todo en lo que concierne al acceso a la vivienda.
La tercera instantánea es la que dibujan las proyecciones de población realizadas por los departamentos estadísticos de cara al 2026, que en alguno de sus supuestos (el bajo, correspondiente a una Barcelona que no alcanzaría el millón y medio de habitantes) muestra un municipio con más de 360.000 personas de 65 y más años por únicamente 170.000 menores de 15. Es este un giro de 180 grados respecto a la imagen que ofrecía la primera foto, la de comienzos de los años ochenta del pasado siglo, cuando los menores de 15 años suponían el 21,3% de la población barcelonesa y los mayores de 65 tan sólo el 13,3%.
El envejecimiento de las sociedades contemporáneas no es una exclusiva de Barcelona o de Catalunya, donde las proyecciones del Idescat para el 2050 señalan que la proporción de población mayor de 65 años oscilará entre el 28,8% y el 33,9% del total. Sin embargo, sí que es cierto que esta tendencia generalizada se acentúa mucho en el caso de la capital catalana. Así lo admite la segunda teniente de alcalde y responsable del área de Derechos Sociales, Laia Ortiz, quien recuerda que, además de una muy baja natalidad, hay que tener en cuenta el efecto de expulsión de jóvenes que ha padecido esta ciudad.
Las estadísticas comparadas aportan una avalancha de datos que ilustran la magnitud del fenómeno. El índice de envejecimiento es un indicador que expresa la relación entre la cantidad de personas mayores de 65 años y la de niños y jóvenes. En Barcelona, ese índice ha pasado de 69,7 en 1981 a 170,09 en el 2014. La situación podría ser mucho más preocupante de no haber sido por la inmigración llegada en los últimos veinte años, el principal factor corrector del envejecimiento de la población barcelonesa y nutriente de personas en hombres y mujeres en edad activa. Esa inmigración explica, por ejemplo, que el Raval, el barrio con un porcentaje más alto de residentes nacidos en el extranjero (56,7%), sea también, entre los 73 barrios de la ciudad, uno de los que registran un porcentaje más bajo de mayores de 65 años (12,3%).
Únicamente le supera en este ranking la Vila Olímpica del Poblenou (11%), un barrio de reciente creación y colonizado, al igual que Diagonal Mar (con un 19,7% de población infantil), por parejas jóvenes. En que Montbau sea el barrio con una proporción más alta de personas mayores podría influir, según apuntan fuentes municipales, el hecho de que acoge un buen número de residencias geriátricas. Las políticas de hoy y, sobre todo, de las próximas décadas no podrán ser ajenas al envejecimiento de la población, que en el caso de Barcelona va asociado a otro fenómeno preocupante, el de la soledad, que hace que, por ejemplo, en la actualidad más de 1.500 personas mayores de 95 años vivan sin compañía en la ciudad.
La segunda teniente de alcalde del Ayuntamiento de Barcelona, Laia Ortiz, apunta diversas líneas de intervención que se reflejarán en el Programa de Actuación Municipal, la hoja de ruta del gobierno de Ada Colau para este mandato que debería quedar aprobada antes del verano del 2016, pero que, a su juicio, han de conformar el nervio de un proyecto estratégico de la ciudad a más largo plazo que los tres años y medio que faltan hasta las próximas elecciones locales. La responsable del área de Derechos Sociales del Ayuntamiento señala, en primer lugar, que el aumento de la esperanza de vida de los barceloneses obliga a «repensar toda la oferta para los mayores de 65 años que se encuentran en plenitud». Otro aspecto que considerar, según Ortiz, es la necesidad de corregir el déficit que Barcelona padece en materia de cobertura de plazas residenciales, un mal endémico que hace de la capital el municipio con la ratio más baja de toda Catalunya en esta materia.
Los cambios sociales y culturales –se impone la idea de que las personas envejezcan en el mejor entorno posible, que no es otro que su propia casa– requieren también una redefinición de los equipamientos y los servicios que se ofrecen a esta colectivo. En este sentido, el Ayuntamiento ampliará iniciativas puestas en marcha por anteriores gobiernos, como el proyecto Radars, una red de prevención y acción comunitaria que arrancó en el 2008 en el Camp d’en Grassot en la que son los vecinos y comerciantes quienes se encargan de detectar cualquier posible problema de las personas mayores que viven solas en su entorno más inmediato. O como el servicio de comidas en compañía o a domicilio, que, según la concejal de Derechos Sociales, se incrementará en un 20% sólo con la nueva oferta de contratación firmada por el Ayuntamiento. O el proyecto Vincles –ganador en el 2014 del premio de la fundación Bloomberg Philantropies–, una iniciativa enmarcada en el ámbito de la smart city (un concepto muy de moda en la época del alcalde Xavier Trias que el actual gobierno ha dejado caer en desuso) y que garantiza, mediante el empleo de la tecnología móvil, la atención a las personas dependientes y de la tercera edad.
Más allá de plantearse la inevitable e inquietante pregunta de quién pagará las pensiones en un futuro muy próximo, la administración local se interroga sobre qué hacer desde su ámbito de actuación para atender a esta franja tan amplia de ciudadanos. Allí donde no llegan las iniciativas basadas en la autonomía de las personas entran en juego soluciones como la creación de nuevas plazas residenciales.
Laia Ortiz recuerda que esa es una obligación de la Generalitat , consorciada con el Ayuntamiento. «Tenemos los solares, pero la Generalitat no construye o, cuando lo hace, no pone las residencias en funcionamiento». Se trata de un viejo lamento del Consistorio que ha recobrado fuerza con la llegada de Ada Colau a la alcaldía. En este contexto de una Generalitat sin dinero para invertir y cumplir los compromisos adquiridos hace muchos años con la capital del país, sirva el ejemplo de la residencia geriátrica en la antigua fábrica Alchemika, en el Clot. Las obras de construcción de este equipamiento terminaron en el 2010. Cinco años después, los vecinos de este barrio y del Camp de l’Arpa reclaman por enésima vez la apertura del centro. La Generalitat la ha prometido para el año que viene.
Fuente: La Vanguardia