Prejuicios y certezas a cerca de las unidades de convivencia para personas con dependencia

Por Pilar Rodríguez, directora de la Fundación Pilares

Desde la década de los 80 del siglo pasado contamos con evidencia científica suficiente que describe los efectos negativos  sobre el bienestar y la calidad de vida de las personas que viven en residencias de tipo institucional. Todavía en 2009 un informe de la Unión Europea volvía a advertir de las consecuencias para las personas que continúan en estos establecimientos: despersonalización en el trato, rigidez en las rutinas cotidianas, aislamiento y segregación social, distanciamiento entre el estatus de  profesionales y el de residentes, pérdida de oportunidades para tomar decisiones, etcétera.
No es extraño que la imagen social de las residencias tradicionales continúe siendo negativa y que los potenciales destinatarios de las mismas y sus familias se resistan a considerarlas como posibilidad deseable, declarando sistemáticamente su apego, vinculación y deseo a permanecer viviendo en su casa incluso en situación de grave dependencia. Pero, en muchas ocasiones esta preferencia no es posible de satisfacer por muchos recursos humanos o tecnológicos que se inviertan en la atención domiciliaria: cuando, por ejemplo, se tienen deterioros cognitivos y no se cuenta con suficiente apoyo familiar es preciso (y lo será cada vez más en el futuro) recurrir a alojamientos colectivos en los que se garanticen cuidados permanentes.
Lo que sí es posible, como se realiza en la mayor parte de los países de la OCDE, es intentar que las residencias  evolucionen hasta parecerse lo más posible a un hogar y que puedan llegar a ser percibidos como lugares deseables y atractivos para vivir. Se trata de ofrecer espacios en los que, prestándose una atención de calidad, se garantice al tiempo la salvaguarda y el respeto absoluto de la dignidad, la autonomía y el derecho de las personas a tomar sus propias decisiones y a seguir ejerciendo control sobre su vida.
Las unidades de convivencia para diez o doce personas son una alternativa plausible para acercarse a este anhelo y resultan una solución factible tanto para nuevos edificios como para  aquellos equipamientos existentes cuyas características arquitectónicas lo permitan. Porque optar por el cambio de modelo no significa invalidar nuestro parque residencial, sino apostar por la introducción de mejoras e innovaciones tanto en condiciones ambientales como en las formas de intervenir y en el sistema  organizativo.
Existen interesantes iniciativas en nuestro país que apuestan por el cambio de modelo en la atención a las personas que requieren apoyos. Destacan las que se promueven por los responsables políticos de País Vasco y Castilla y León. En ambos territorios se han impulsado como proyectos piloto, con muy buenos resultados de evaluación, la creación de unidades de convivencia dentro de residencias preexistentes.
Resulta patente, en consecuencia, que algunas de las declaraciones que se realizan con intención descalificatoria de estas iniciativas carecen de base científica y muestran gran desconocimiento de la realidad internacional. Se dice, por ejemplo, que se trata de soluciones para personas que no están en situación de dependencia, cuando lo cierto es que es precisamente para ellas para las que se conciben, habiéndose obtenido excelentes resultados de evaluación que pueden ser consultados en las revistas científicas de impacto.   También se argumenta que estas unidades solo funcionan en Suecia, cuando es el modelo generalizado en todos los países del norte de Europa, habiéndose desarrollado también en Alemania, Francia, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia… Finalmente, se manifiesta que su coste es inasumible, desconociendo los estudios de coste-efectividad que ponen de relieve sus buenos resultados en la consecución de objetivos y en las eficiencias que  producen.
La crisis económica que atravesamos debe considerarse una oportunidad y no una excusa para demorar o tratar de evitar este proceso de avance innovador hacia  una  atención más digna para las personas que se encuentran en situación de dependencia. Y, afortunadamente, la realidad nos muestra que ese futuro esperanzador se acerca, ojalá que de manera imparable.

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