Los mayores están tristes

abuelo tristeLos geriatras reclaman medidas sociales para frenar el avance de la depresión en los ancianos, que afecta en distinto grado a la mitad de la población mayor de 65 años
El paciente pierde el sentido de la realidad y le invade un sentimiento de minusvalía, de auténtica incapacidad ante los retos más nimios de la vida

«Los ancianos son supervivientes, personas que han tenido que saltar muchas vallas en la vida antes de llegar a donde están. Tendemos a creer que son frágiles por definición, pero posiblemente una de las acciones que más reduciría las cifras de depresión en nuestros mayores sería trabajar por conseguir una imagen social diferente de la tercera edad». El psiquiatra Juan Medrano, de la red de salud mental de Osakidetza en Bizkaia, utiliza este argumento para explicar qué se puede hacer para poner freno a la actual epidemia de depresión en la última etapa de la vida. Las cifras resultan reveladoras. Más de la mitad de las personas mayores de 65 años presenta síntomas asociados a la depresión, que requieren atención especializada. Entre un 5% y un 10% de la población de esa edad está directamente afectado por la enfermedad.

«Algo estamos haciendo mal», afirma Medrano, que la semana pasada participó en el congreso anual de la Asociación Vasca de Geriatría y Gerontología Zahartzaroa, que se celebra estos días en Vitoria. Hace sólo 50 años, cuando comenzó a hablarse de esta patología en Estados Unidos, los servicios de salud del país tuvieron que repartir entre sus facultativos folletos de mano explicándoles qué es la depresión y cómo podía abordarse. Medio siglo después, la Organización Mundial de la Salud alerta de que para el año 2020 ésta será ya la segunda causa de discapacidad en el mundo. Occidente camina hacia una sociedad envejecida y triste hasta límites patológicos.

«La depresión va más allá de ser una tristeza profunda», a pesar de presentarse de formas muy distintas, que van desde cuadros leves a otros muy graves. El paciente pierde el sentido de la realidad y le invade un sentimiento de minusvalía, de auténtica incapacidad ante los retos más nimios de la vida. Se ve indigno y culpable, sin serlo, de los problemas ajenos. A partir de los 65 años, curiosamente, desde el momento en que hasta no hace mucho tiempo se alcanzaba la jubilación laboral, los síntomas y los casos se multiplican.

Trágica soledad

«Son muchas las causas que intervienen en este fenómeno y algunas aún no las entendemos bien», detalla el psiquiatra vasco. Quizás existan motivos biológicos para que los mayores se suman en una tristeza patológica cuando llegan las estaciones de cambio, primavera y otoño. En la vejez, también es muy común sufrir las denominadas depresiones recurrentes, que afectan a personas que las padecieron a lo largo de su vida. Los episodios que a uno se le han venido repitiendo cíclicamente desde siempre, a partir de este momento, se le darán en series de tiempo más cortas.

Determinadas enfermedades, como el párkinson, incluso algunos cánceres, tienen a la depresión entre sus síntomas, con lo cual si se padecen estas dolencias, irremediablemente, tarde o temprano, el afectado se enfrentará a un abatimiento salvaje de su estado de ánimo. Lo que más llama la atención de los especialistas son, en cambio, los suicidios. Ni los adolescentes, ni los despechados. El grupo de población que más se quita la vida es el formado por los mayores.

A las enfermedades que sumen al colectivo en la depresión se unen las circunstancias propias del último tiempo de la vida. Las pérdidas de todo tipo se suceden. El aspecto físico se degrada, decaen la fuerza física y la emocional, falla el corazón y se asiste a la marcha de familiares, amigos, vecinos y conocidos que, poco a poco, como si fuera un goteo, van muriendo uno tras otro. «Desde el punto de vista de la salud social, deberíamos tener menos abandonados a los ancianos», razona el psiquiatra vizcaíno. «Muchos abuelos están solos y eso es una tragedia».

Nueva familia

La sociedad, según defendió el especialista en el congreso ante sus colegas, debe poner en marcha mecanismos que protejan a los mayores y que impidan que se sientan solos. «Pueden vivir solos, si así lo desean y están capacitados, sin estar necesariamente abandonados. A las familias ya no se les puede pedir maravillas, porque la sociedad ha cambiado y las familias de hoy no son las de hace treinta años», destaca.

El psiquiatra vizcaíno plantea, entre otras alternativas, que instituciones y organizaciones sociales pongan en marcha acciones que permitan a los mayores sentirse activos favoreciendo su participación ciudadana. «El trabajo tiene un sentido económico, pero también da contenido a nuestras vidas. La gente, cuando termina su vida laboral, necesita seguir sintiéndose viva y podría participar en programas de voluntariado y organizaciones no gubernamentales».

Los tratamientos contra la depresión en el anciano son los mismos que se utilizan en anteriores etapas de la vida. Fundamentalmente dos, la psicoterapia, que es la ayuda a través de la palabra y la sugestión, y los fármacos, en una segunda fase y en ocasiones combinados con el apoyo psicológico. Los casos más rebeldes, que son los menos, suelen mejorar con sesiones controladas de terapia de choque o electroshock. El tratamiento electroconvulsivo, para el que previamente se administra un relajante muscular y anestesia, se practica de manera controlada, durante un tiempo limitado. «Se usa muy poco, únicamente a nivel hospitalario y para el abordaje de depresiones muy graves», detalla el especialista.

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